Guardar la casa y cerrar la boca by Clara Janés

Guardar la casa y cerrar la boca by Clara Janés

autor:Clara Janés
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
publicado: 2015-04-22T05:00:00+00:00


-Dama Alais y dama Iselda,

buena educación, mérito, belleza, buen color,

todo esto tenéis y cortesía,

e intensidad más que otras y las mejores.

Yo os aconsejo, por vuestro bien,

tomad un marido de saber coronado.

Con él engendrareis un hijo esplendido.

Preciosa es una virgen para quien la desposa.

GRITOS Y CARCAJADAS

Las posibilidades de elección para la mujer no eran ciertamente numerosas. Junto al matrimonio, la otra salida airosa era el convento. Pero en aquellos tiempos de contrastes surgió, de pronto, otra figura que, en ocasiones, se reveló como arriesgada aventurera, me refiero a la de las mulieres religiosae, es decir, a aquellas que aún viviendo profundamente la religión, no se sometían a las normas de un monasterio. Entre ellas, las llamadas beguinas, que sin hacer votos y apartándose de las instituciones, vivían en el siglo, y también las «reclusas» o «emparedadas», cuya vida era análoga a la de las ermitañas y anacoretas pero trasladada a la ciudad, donde moraban en celdas construidas contra los muros de las Iglesias. Estas plasmaron su experiencia interior, a veces a riesgo de la vida, como Margarita Porete que murió quemada por la Inquisición. Ellas, como los trovadores, reconocían un amor a distancia -incluso emplearon la misma expresión amor de lohn-; un amor inaccesible, cuyo alcance, en este caso más a través de la visión, aunque también de la palabra, culminaba en la paradoja: lo que estaba lejos, estaba en el propio interior del alma.

Amparadas por la creencia de hallarse ante una revelación divina, estas mulieres religiosae se muestran aún menos contenidas que las damas en sus expresiones, y ríen a carcajadas, lloran y gritan. Nos parece oír todavía la voz incomprensible de Ángela de Foligno, que al llegar a la puerta de la basílica de Asís y ver la vidriera atribuida a Cimabue donde se representa a san Francisco abrazado por Jesús, irrumpe en exclamaciones con estas palabras «¡Amor no conocido, ¿y por qué me dejas? Amor no conocido, ¿y por qué y por qué y por qué?». Ella experimentó visiones que la llevaban a penetrar en la herida de Cristo y a beber su sangre, a pesar de lo cual acabaría sus días con otro grito poderoso: «¡Oh, nada desconocida! ¡Oh, nada desconocida!».

El paso que dan estas mujeres en profundidad de saber es grande, y lo dan porque se enfrentan a la distancia absoluta de lo ignoto con todo su ser, es decir, también a través de los sentidos -cosa que no ocultan-, y, además, muchas de ellas, gracias a la reclusión, ya que hasta reciben el alimento por un ventanuco. Es decir, al igual que los brahamanes hindúes, que no podían tener comida en sus casas pues su meta era estar enteramente entregados al pensamiento, lo que dio como resultado la escritura sin par de las Upanishad, tampoco ellas pueden ocuparse en otra cosa que esa entrega a la visión y la meditación. Entonces, la fuerza irrevocable de la memoria, de todo lo que han visto y oído desde su nacimiento, lo que ha captado su sensibilidad y



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